jueves, 22 de noviembre de 2007

Distribución geográfica del apellido Spaudo en Italia




En la página GENS figura un mapa de la distribución geográfica del apellido Spaudo en Italia en la actualidad. Allí se observa que existen miembros de esta rama en las Provincias de Biella y Bercelli del Piamonte; Imperia de la Liguria y Milano y Leco de la Lombardía.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

La Industria Molinera en Tomé


Hace unos 170 años se estableció en la región que hoy conocemos como Concepción una industria que alcanzaría un desarrollo notable y que generaría riqueza a partir de una actividad tan básica como la elaboración de harina de trigo. Inversionistas extranjeros establecidos en Concepción hacia el 1830, financiaron la instalación de Molinos -principalmente en Tomé y alrededores- que lograron colocar sus productos en la costa oeste de Estados Unidos. Esta industria alcanzó en la zona un nivel desconocido en resto del país, ni siquiera en la capital se contaba con la tecnología que se utilizaba en los molinos del sur , para entonces la Provincia de Concepción. En todas las haciendas -a orillas de algún estero- se instalaban molinos conocidos como “de cuchara” que abastecían las necesidades domésticas de una localidad , pero los molinos del sur producían en un día lo que todos los “de cuchara” en una semana. Parte importante de esa industria se estableció en Tomé hace casi dos siglos. Tras la pérdida del mercado norteamericano la mayoría de la importante industria molinera de la Región desapareció; sin embargo en el caso de Tomé Uno de los gestores del “milagro del trigo” orientó sus inversiones hacia otro rubro, dando origen a la industria textil característica de la ciudad puerto, a la cual llegó el inmigrante Alfredo Spaudo Gubernati en 1934 . Al origen, desarrollo y decadencia de la industria molinera, y fundamentalmente a la personalidad de Guillermo Gibson Délano se refiere el Profesor Leonardo Mazzei De Grazia, Doctor en Historia y Académico de la Universidad de Concepción en el artículo de su autoría que se reproduce a continuación.
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LAS EMPRESAS MOLINERAS (1)
En diversos trabajos nos hemos referido a la molinería del trigo en la región de Concepción, que se centró principalmente en el puerto de Tomé y que tuvo su culminación con la demanda de harinas desde California en los mediados del siglo pasado. Interesa aquí, sobre todo, referir la gestión realizada por Délano en este rubro. Primeramente se asoció con su hermano Pablo y con el cuñado de ambos el sueco Olof Liljevalch, casado con Mariana Délano, en una sociedad de hecho para explotar molinos en Penco y Tomé. Por no estar escriturada esta compañía no conocemos la composición del capital y las demás condiciones de la sociedad. Sabemos que Liljevalch era propietario de otro molino en la región, el de Puchacay, y que invirtió 58.000 en la compra de un terreno para el establecimiento del molino de Penco; además, consiguió un crédito de $6.000 con interés de 1 1/2 % mensual. Pablo Hinckley Délano, por su parte, obtuvo un préstamo de $5.000 facilitados al 1% mensual por su compatriota Samuel F. Haviland, habilitador minero en el norte, a cuyo efecto hipotecó dos casas en La Serena de propiedad de su esposa. Los recursos aportados por Guillermo Glbson debieron salir de los ahorros hechos en sus anteriores gestiones. El ahorro, como buen burgués, fue una de sus características destacadas por su único biógrafo. Esta primera empresa funcionó durante unos tres años. Todavía la industria molinera no desplegaba plenamente y los empresarios que iniciaban el rubro ensayaban diversas opciones. Pablo Hinckley decidió independizarse y de común acuerdo le fue asignado el molino de Penco, cuya propiedad mantuvo por muchos años, mientras que Liljevalch quedó con las 2/3as partes del molino que establecieron en Tomé y Guillermo Glbson con la 3' parte restante. Sin embargo la sociedad con el empresario sueco duró poco tiempo porque Délano prefirió venderle su parte en $10.000.
Su intención era formar una nueva empresa molinera. Para ello se asoció esta vez con el galés Tomás Kingston Sanders, a quien lo unía una fuerte amistad, ya que se había enganchado con su padre v su hermano en la escuadra nacional en los tiempos de la Independencia. Se formó la compañía Délano y Sanders, cuyo capital se constituyó con $4.000 aportados por Délano y $7.000 por Sanders, a enterarse estas sumas en el plazo de un año. El valor excedente puesto por su socio, quedaba compensado con los servicios que debía prestar Délano en la construcción del molino. De esta manera las utilidades o bien eventualmente las pérdidas se dividirían por partes iguales. El plazo fijado para la duración de la compañía fue de cinco años, destinándose los dos primeros para capitalizar las ganancias; se permitía a cada socio retirar hasta una 3' parte de ellas, sólo a partir de la finalización del segundo año. Con el propósito de disponer de mayores recursos consiguieron un préstamo de $5.600 de José Snow, también de nacionalidad estadounidense, a pagarse en un año y sin cobro de intereses. Con todo, para iniciar entonces una empresa molinera no era necesario disponer de muchos recursos. Primero había que obtener terrenos para la instalación de los molinos y para construir caminos a fin de facilitar el tránsito de la carretas al puerto de Tomé. Y los terrenos usualmente se adquirían a bajo costo a los pequeños propietarios locales.
Al poco tiempo el molino Caracol se consolidó como uno de los más importantes de la región y su producción harinera estaba dirigida preferentemente al mercado externo. Para este efecto nombraron a la casa Ward de Valparaíso como sus agentes para la venta de harinas. El modus operandi de las empresas molineras de la región, en la vinculación con el mercado externo, no se hizo en forma directa sino por la intermediación de las casas comerciales de Valparaíso. En este aspecto se denota una diferencia con la conexión con el mercado externo que se verificó en la época colonial; en el siglo XVIII el trigo producido en la región era transportado directamente al Perú, ya fuese por los navieros del Callao o por empresarios locales, como ocurrió en el conocido caso de José Urrutia y Mendiburu, propietario de tierras y de embarcaciones. Las condiciones cambiantes de la economía nacional con posterioridad a la Independencia, en que cada vez se fue potenciando más Valparaíso por la acción de los comerciantes extranjeros, principalmente británicos, fueron decisivas para la canalización del comercio internacional por ese puerto y por las casas comerciales establecidas en él. Sin embargo esa circunstancia no constituía un impedimento para el desarrollo de la industria molinera de la zona. La exportación de harinas ofrecía un amplio campo para la instalación de nuevas empresas molineras y para la diversificación de las ya existentes.
En el caso específico de Délano y Sanders, los socios acordaron disolver la compañía que habían formado en 1843, quedando Sanders con la propiedad del molino Caracol, para lo cual debió pagar a su socio una suma base próxima a los $25.000, más lo que resultara a favor de Délano en la liquidación de cuentas; además éste fue autorizado a seguir usando el camino construido para la conducción de trigos desde los valles interiores, en provecho del nuevo molino que estaba edificando, vecino al de Caracol. La disolución se llevó a efecto en 1849, cuando se incrementaban las exportaciones a California, que significaron un hito importante, si bien breve, que vivificó a la economía regional y a la de todo el país.
El nuevo molino establecido por Délano en Tomé fue el de Bellavista, en cuya explotación formó diversas compañías. Primero una sociedad de hecho con Tomás Reese que se formalizó notarialmente en 1851, bajo la razón social de Guillermo G. Délano y Cía. En esta sociedad Délano aportó una capital de $30.000 y su socio de $4.000 a $6.000, correspondiendo a Délano las 3/4as partes de la propiedad del molino; el plazo de duración se fijó en cuatro años y si surgían desavenencias se estipuló que se nombrarían 'como árbitros dos comerciantes paisanos de ellos o que sepan el inglés'. Esta cláusula nos parece ilustrativa del espacio que lograban los empresarios anglo - norteamericanos en la economía regional, sobre todo en el rubro molinero. Sin necesidad de recurrir a la cláusula citada y antes del plazo indicado para su término, se acordó poner fin a la companía. El molino Bellavista y el muelle construido para embarcar las harinas, evaluados en $60.000, correspondieron a Délano, mientras que la barca nacional Bellavista que habían comprado y las harinas y trigos en existencia se venderían y sus utilidades se repartirían en proporción a las partes que cada cual tenía en la sociedad.
Optó entonces por formar una sociedad en comandita con la razón social de Antonio Plummer y Cía., de la que Délano fue el socio comanditario, aportando el capital total conformado por el molino y el muelle, estimados en el mismo valor de $60.000 que se estableció en la disolución de la sociedad anterior; Plummer se encargaba de la administración, es decir ponía sólo su trabajo, asignándosele por este concepto una 3a parte de las ganancias. En la forma de organización comanditaria funcionó la empresa durante la mayor parte de los años en que las exportaciones se volcaban al mercado de California. Pasada esta etapa de apogeo, en 1859 volvió a constituirse en sociedad colectiva y retomó la razón social de Guillermo G. Délano y Cía., integrando a la compañía a su anterior socio Tomás Reese y a Antonio Plummer. En esta ocasión no se especificó el monto del capital; sólo que Délano pondría a disposición de la compañía todos los recursos necesarios para las compras de trigos y otros gastos del molino, el cual entregaba en arriendo a la sociedad con un cobro de $6.500 por cada año; los otros dos socios contribuían con su trabajo, Plummer en la administración comercial que compartía con Délano y a Reese se le encargaba la vigilancia de la molienda; la mitad de las ganancias eran para Délano, una 3ª parte de ellas para Plummer y una 6ª parte tocaba a Reese; el primero podía sacar hasta $9.000 anuales para gastos personales, Plummer no más de $6.000 y Reese hasta $3.000.
Hemos ya señalado que las exportaciones de harina se hacían por intermedio de casas comerciales establecidas en Valparaíso. De ello se derivaban algunas diferencias que motivaban a quienes se sentían perjudicados a presentar reclamos; así lo atestigua un poder conferido por Délano a su hermano Pablo para que protestara por la falta de cumplimiento de un contrato en contra de Gufflermo G. Moorhead, James Whitehead y Josué Waddington, poderoso empresario.
En tales circunstancias resultaba preferible que los molineros de Concepción se unieran, para negociar en conjunto con los intermediarios. Así lo hicieron Guillermo Glbson Délano, como socio principal del molino Bellavista; Pablo Hinckley Délano del molino de Penco; Roberto Cunningham del de Landa; Tomás Kingston Sanders del molino Caracol; Olof Liljevalch del molino de Tomé; Enrique H. Rogers del de Lirquén; Moisés W. Hawes en representación de Urrejola y Cía. firma propietaria del molino California; José Ignacio Palma del de Puchacay y Juan Alemparte que actuaba como socio principal del molino de Colcura y en representación de Bointon y Cía., otra firma propietaria de un molino a vapor. Todos ellos suscribieron un convenio con los mismos comerciantes de Valparaíso ya citados, por el que se comprometieron a entregarles, por el plazo de un año, toda la harina flor que produjeran sus establecimientos, 'cuya harina deberá ser de buena calidad, en saco de un quintal, y con la marca que acostumbran poner a la mejor clase de harina'. A la vez los comerciantes porteños estaban obligados a recibir toda la harina producida en los referidos molinos, pagando por cada saco de un quintal $2 y cuatro reales en letras a ocho días vistas contra Waddington en Valparaíso, o bien a $2, cinco reales y tres cuartillos en letras contra el mismo Waddington, pagaderas a los seis meses en moneda corriente de oro y plata; una u otra opción eran del arbitrio de los compradores. El convenio no impedía que los molineros hicieran venta de harina de segunda dentro de la misma provincia de Concepción, pero no podían vender aún en la propia provincia harina flor, facultad exclusiva de Waddington y los otros comerciantes, quienes se comprometían a tener despachos en Concepción, Talcahuano y Tomé para este expendio. Se estipuló que en caso de que el precio de la harina flor se alzara por sobre los $3, Waddington y sus compañeros podrían desistiese del convenio; además el precio establecido en él se tenía que mantener sin variaciones por lo menos durante dos meses. Con la firma de este contrato los molineros aseguraban la colocación de sus harinas. Pero de las estipulaciones firmadas se puede colegir cierta preponderancia mercantil de los intermediarios. En todo caso, los molineros al actuar en conjunto evitaban la competencia entre ellos y estaban en mejor pie para negociar que, si por el contrario, cada empresa lo hubiera hecho por separado. Délano - hemos visto - ya había tenido problemas de incumplimiento por parte de los contratistas. Es efectivo - según indicación expresa del convenio - que los molineros estaban obligados a pagar mutuamente $10.000 de multa por aquel o aquellos molinos que faltaran a su obligación, pero a la vez los comerciantes contratistas tenían que pagar igual cantidad a aquel o a aquellos molineros a quienes dichos comerciantes no cumplieran, es decir no les compraran la harina flor de sus molinos.
Actuar mancomunadamente ofrecía pues ventajas que no pasaron inadvertidas a los molineros. Fue así como se formó una asociación de molineros de la provincia de Concepción en los comienzos de 1851, integrada por los mismos que habían subscrito el contrato con Waddington y los otros dos comerciantes, con la única modificación de la incorporación de Cornelio Saavedra en lugar de Bointon y Cía., cuyo molino a vapor aquél había adquirido. Se trataba de una instancia de acuerdo y de defensa de intereses; un gremio de los principales molineros, forma de agrupación económica inédita en la región. Como ha solido ocurrir en este tipo de asociación, en la declaración de los motivos que los impulsaban a unir sus esfuerzos, los molineros no anteponían su propio provecho, sino el propósito de fomentar la prosperidad de la agricultura, 'asegurando el buen crédito de que gozan en la plaza de California las harinas que producen los molinos de esta provincia y deseosos de evitar la competencia que otras naciones pudiesen hacernos, con graves perjuicios de los intereses agrícolas de esta provincia aprovechándose de las altas y bajas de nuestro mercado, para colocar sus producciones en las épocas de subida y obligándonos a vender cuando la plaza bajare, de cuyo desorden resultarían indudablemente fluctuaciones tan perjudiciales o más aún a los agricultores que a los molineros'. Los estatutos de la asociación constaban de cuarenta artículos, de los cuales los más importantes versaban sobre las compras de trigo, cuyo precio no se ceñía al juego del mercado, sino que era fijado en juntas de propietarios de molinos; esas compras se hacían por una sola mano, un agente asalariado de la asociación, que prorratearía las cantidades compradas de acuerdo a la capacidad de molienda y pedidos de cada molino. En este sentido cabe destacar que el molino Bellavista de Guillermo Gibson Délano figuraba en un primer rango. Les estaba expresamente prohibido a los asociados efectuar compras de trigos por su propia cuenta; esto se hacía -según explicitaban los estatutos- en beneficio de los productores, que podrían alcanzar el precio mayor del trigo que estuviera pagando el agente. La prohibición admitía dos excepciones: una, la internación de trigos por vía marítima, cuyo monto sería descontado de la cantidad que el respectivo molino estaba facultado para pedir; la otra excepción era la compra de trigo en yerba, es decir antes de que la planta madurase, modalidad que tanto perjudicaba a los pequeños productores; en caso de que los molineros recurriesen a la compra en yerba o en verde como también se le llamaba, estaban obligados a vender los trigos así adquiridos al agente de la asociación, quien los pagaría al precio del día en que les fuesen ofrecidos. De ello resultaba una diferencia monetaria en favor de los molineros. Se reiteraba la dependencia comercial con respecto a Valparaíso, al consignarse que las ventas de harina se verificarían sólo por una o más casas de agencias del puerto central, que para el efecto se entenderían con el agente de la asociación. Además se autorizaba a los molineros para que individualmente pudieran obtener adelantos en efectivo de las casas de Valparaíso. Los dueños de molinos se reunirían cada semana con el objeto de fijar el precio de la harina, de acuerdo a lo que se pagaba por los trigos, y para resolver si debían o no hacerse remesas a Valparaíso. Pero, indudablemente, eran las firmas comerciales de este puerto las que en definitiva tenían el control del negocio, conforme a la demanda del mercado externo. En cuanto al producto de las ventas que se hicieran por las casas de Valparaíso y de las realizadas al interior de la provincia, sería prorrateado en concordancia con la molienda de cada establecimiento.
Organizados en asociación los molineros de Concepción optaron por no renovar el contrato con Waddington y los otros dos comerciantes, sino hacerlo con la casa Alsop y Cía. en términos que les eran más satisfactorios, al concedérseles una mayor injerencia en la comercialización de las harinas, concordando en su líneas generales con los propósitos subscritos por los molineros al unirse en asociación. Esta vez, a diferencia del contrato con Waddington, Moorhead y Whitehead, la asociación por medio de su agente tenía derecho de hacer ventas de harina flor en la propia provincia; por otra parte, a diferencia asimismo con el contrato anterior, la casa porteña no actuaba esta vez como agencia compradora de la producción harinera, sino como comisionista, percibiendo el 5 % sobre el importe del total de las ventas que se hicieran por cuenta de los dueños de molinos. En cuanto al precio, al no tratarse de una venta hecha a la firma de Valparaíso, sino de harinas entregadas a consignación, el precio no era fijado por la casa receptora; eran los molineros los que instruirían a Alsop y Cía. acerca de las cantidades de harina de que podían disponer y el precio mínimo al que debían ajustarse las ventas. Los gastos de flete, desembarque y bodegaje en Valparaíso correrían por cuenta de la casa porteña, la que además podía adelantar a cada dueño de molino hasta las 3/4as partes del valor de las harinas que cada uno tuviese disponibles, adelanto que cobraría un interés de 1 % mensual y con hipoteca de la venta de la respectiva harina a favor de los señores Alsop y Cía.
Dos años más tarde, en 1853, se formó en Concepción una nueva agrupación de los molineros, asociación que recibió el nombre de Cousiño y Cía. Por entonces Matías Cousiño diversificaba sus gestiones empresariales en la región entre la minería del carbón v la molinera, puesto que había adquirido uno de los molinos más 'importantes de la región. Esta nueva asociación incluyó los siguientes establecimientos: el molino de Tomé de propiedad de Cousiño; el de Collén perteneciente a Délano, Ferrer y Cía., sociedad conformada por Pablo Hinckley Délano, Juan Ferrer y Francisco Smith; el de Bellavista de Antonio Plummer y Cía., cuyo socio principal como hemos visto era Guillermo Gibson Délano; el de Lirquén de Enrique H. Rogers; el de Penco de Pablo Hinckley Délano y el de Colcura de Juan Alemparte y Cía.; además integraba la sociedad la casa comercial de Cousiño y Garland con domicilio en Valparaíso, que aportaba un capital de $100.000 en moneda corriente. La asociación operaba en forma similar a una sociedad anónima, en que las acciones se hacían equivalentes a una determinada cantidad de sacos de harina que podía moler diariamente cada molino; así al de Cousiño se asignaba una capacidad de molienda de 225 sacos de 200 libras de harina flor, es decir, aproximadamente unos 85 kilos diarios los que constituían '225 partes de la totalidad que forma el capital de la compañía'. Seguían los molinos Bellavista y Collén con 200 sacos cada uno; el de Caracol con 125; el de Lirquén con 120; a los de Penco y Colcura se asignaban 100 sacos respectivamente; el aporte de $100.000 de Cousiño y Garland se hacía equivalente a 200 sacos. De esta última relación se puede deducir el valor en pesos de la capacidad de molienda de cada establecimiento, como se muestra en el cuadro 1.
La escritura de formación de la asociación especificaba que la administración de los negocios estaría a cargo de tres socios residentes en Concepción, los que fueron Pablo Hinckley Délano, Antonio Plummer y Juan Alemparte. De modo que por intermedio de Plummer, Guillermo Gibson Délano asumió un papel fundamental en la gestión de la nueva asociación. Esta administración designaba los establecimientos que debían moler y aquellos que tenían que detener su producción, como una forma de controlar la oferta de harina, propósito que se reforzaba al consignarse que ningún socio de la Compañía podía hacer negocio alguno de trigos o harinas por cuenta propia, sólo por cuenta de la sociedad y con autorización de la administración. Pero ello no prohibía a la casa comercial de Cousiño y Garland recibir consignaciones de trigos y harinas de otros productores, como tampoco adquirir trigos en otras regiones y venderlo a la sociedad si el precio resultaba adecuado. La firma comercial de Cousiño pasaba a desempeñar la función que antes habían efectuado casas comerciales extranjeras establecidas en Valparaíso. En efecto, a ella se le encargaba la venta de las harinas destinadas al extranjero y al resto de las provincias del país, recibiendo por ello una comisión de un 5 % por las ventas hechas en Chile, Perú y Bolivia y un 9 % por las que se hicieran en cualquier otro lugar. Finalmente se establecía un plazo forzoso de tres años de duración, al cabo de los cuales se procedería a la disolución o bien a la continuación de los negocios en conjunto, requiriéndose para esta segunda opción el parecer unánime de los asociados.
La formación de asociaciones o gremios de molineros eran estrategias para obtener un mayor provecho de la bonanza provocada por la demanda de California. Pero este corto ciclo se aproximaba a su ocaso, de modo que no hubo interés de parte de los socios de Cousiño y Cía. en proseguir la asociación. Al finiquitarse la sociedad se procedió al reparto de utilidades devengadas o saldos líquidos a favor de los asociados por el ejercicio del último año. El cuadro 2 muestra los valores percibidos, con el porcentaje correspondiente.
Se advierten en el cuadro algunas cambios en la composición societaria. Matías Cousiño había adquirido el molino de Colcura y José Francisco Urrejola el de Penco, pertenecientes anteriormente a Juan Alemparte y Cía. y a Pablo Hinckley Délano, respectivamente. Además se habían integrado a la asociación las testamentarias de José Ignacio y José Salvador Palma.
Con el cierre del mercado de California algunos molineros dejaron esta actividad; hubo incluso quienes quebraron, como fue el caso de Enrique H. Rogers; mientras que otros persistieron en la molienda, no obstante la aflictiva situación. Así lo hizo Guillermo Gibson Délano que continuó al frente del molino Bellavista, que era una de los tres molinos que trabajaban con maquinaria a vapor por 1860, en circunstancia de que cinco años antes las máquinas a vapor que empleaban los molinos de la provincia sumaban más de veinte. Sin embargo, el molino de Délano fue uno de los más afectados por la crisis, como se deduce de la abrupta reducción de los ingresos de trigos registrados en ese molino: en el año 1858, 34.552 fanegas; en 1859, 17.262 y en 1860, 12.258.
La decadencia de Bellavista no aminora la relevancia que tuvo Guillermo Glbson Délano en el ramo molinero. En el juicio de Vicuña Mackena a él se debió la modernización de esta actividad. 'No existía propiamente en Chile en esa época la industria molinera - escribió refiriéndose a la época previa al desarrollo de la molinería en la región -. A la orilla de cada estero, en cada hacienda, había lo que se llama una molino de cuchara, esto es, una especie de tosca turbina de madera, que hacía girar una rueda de piedra bajo una ramada de totora. Los molinos de renombre, como los de Santiago, tenían una media-agua de tejas. Cada uno de esos molinos abastecía el consumo local y doméstico con un producto burdo pero nutritivo, y esto bastaba. Pero harina comercial no se producía en parte alguna, ni se sembraba propiamente el trigo blanco que la rinde, sino el candeal o colorado. Los molineros de Lima dictaban la ley y el precio a su albedrío a nuestra agricultura; y de aquí en gran parte el origen verdadero de la guerra de 1837, patriótica en el fondo, insensata ante el derecho. Pero don Guillermo Gibson Délano causó una verdadera revolución en el país productor y en cierta manera lo emancipó de ajena tutela, mejor que por las armas. Con sus ahorros de Santiago, encargó una poderosa maquinaria a su país, y asociado con un inteligente constructor de su nacionalidad llamado Reese, edificó el colosal molino de Bellavista, que producía en un día más harina que todos los molinos de cuchara en una semana. De aquí la ingente fortuna del señor Délano, debida a su ingenio y a su perseverancia. De aquí la prosperidad increíble de la entonces vastísima provincia de Concepción, que era por sí sola lo que hoy llamamos ‘el Sur’, después del terremoto que la había postrado hasta la limosna y hasta la muerte. Cuando vino el auge de la exportación chilena a California, los molinos del Tomé, de Penco, de Lirquén, 'los molineros de Concepción', como entonces se decía, hablando de un gremio, se enriquecieron y enriquecieron a la provincia. Don Guillermo G. Délano, era la cabeza, el alma, el brazo de ese gremio".
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(1) Fragmento del artículo "Gestiones empresariales de un norteamericano en Concepción en el siglo XIX: Guillermo Gibson Délano" publicado por el Profesor Leonardo Mazzei De Grazia en Revista de Historia del Departamento de Ciencias Históricas y Sociales , Facultad de Humanidades y Arte de la Universidad de Concepción. El Profesor Mazzei es Doctor en Historia, Docente e Investigador de la Universidad de Concepción.